23 ago 2012

CORDOBA - BUENOS AIRES: notas de viaje

Dicen que cuando olvidas cosas en algún lugar es porque no quieres marcharte. Eso es lo que me pasó con Cordoba. Dejé mi libreta de apuntes y espero que puedan enviármelo pronto. Pero es que no quería dejar esta ciudad después de las maravillosas cosas que allí viví en agosto de 2012, en el FITINCA.

"Buenos días niños. Bienvenidos al sexto Festival Internacional de Títeres Itinerante del Niño Campesino", decía Inés y ya sabíamos que la función estaba por comenzar. La mayoría de los cursos invitados ya estaban acomodados y los muñecos, el retablo y sonido preparados. Esta situación se dio en al menos 20 ocasiones, en distintos pueblos de interior de la provincia de Córdoba, donde vive Mara. Mara es titiritera y junto a Inés, organiza desde hace seis años este Festival, con el objetivo de llegar a los niños de pueblos, que durante todo el año -estoy segura- esperan estos diez días para acceder al arte de los títeres.

Pero no están solas, hay un cuerpo de gente que está para lo necesario y que es parte de su familia, que aman el arte (de los títeres, pero también la música, el dibujo, el video) tanto como ellas y fueron fundamentales para que todo fluyera. Como titiriteras del Elwaky, fue una experiencia enriquecedora en extremo el compartir con ellos este Festival.

Observamos una sociedad distinta a la nuestra pero no tanto como la europea. Con muchas contradicciones, algunas equivalentes a las que vivimos en Bolivia (en cuanto al racismo, o a la violencia generada por la pobreza) pero otras muy complejas de explicar.

Cerca a la Maza, última y más importante sede del Festival, está el cerro colorado, lugar sagrado de los indígenas comechingones. Mara, con mucha emoción, nos invitó a conocerlo. Allí paseamos con una pareja de seres que parecían de otro planeta, que nos tocaron charango, nos llevaron a conocer las pinturas que dejaron en la piedra los chamanes de este pueblo sabio y antiguo, aplastado por la colonia. Luego, fuimos a casa de estos seres, que construyen instrumentos musicales y hacen artesanía; su casa en medio de la vegetación baja y seca, construida con sus propias manos, lejos de toda intromisión de la industria, con su pequeño hijo.

Muchos días después -hoy- en Buenos Aires, acabo de apagar la tele porque vi a una chica plástica de algún programa infantil cantando "indio no querer aburrido, entonces bailo y estoy divertido". Con todo el cartón y luces de colores necesarios para llenar una pantalla idiota, me pareció el colmo de la ignorancia. Alrededor de la rubia plastificada bailaban unos jóvenes musculosos con plumas en la cabeza… no sé qué más decir, ya me revuelve la bilis tan sólo recordar eso.

Pero quiero hablar más del festival.

Me pareció un aquelarre de mujeres hermosas y fuertes, de magas que saben invocar las fuerzas que nos revuelven el alma. Gabriela de Mendoza, Julieta de Neuquén, Lucila de Colombia, Nina de Italia, las Lus hijas de Mara, mi compañera de elenco y madre, Carmen, Inés… Y un encuentro con compañeros de voz suave y mirada sutil. Lamentablemente no pudimos disfrutar de todos los espectáculos, pero sí de canciones, historias, bailes o bromas que traían para compartir entre titiriteras y titiriteros, haciendo de este Festival un encuentro sano y nutritivo para aquellas que soñamos con caminar hacia la utopía desde lo que hacemos. Poco a poco, de pueblo en pueblo pero lográndolo.

Por eso me costó partir hacia Buenos Aires; esta ciudad que todavía me choca, que contiene prácticamente la población equivalente a la de mi país, todos amontonados: villas y barrios lujosos; Festival mundial de Tango, ferias artesanales, el show de tinelli y periódicos amarillistas; todo mezclado, todo; y esta alma viajera que añora un poco su valle tranquilo y los brazos tibios de sus seres amados al tiempo que deja brillar sus ojos con cada maravilla que le salta a la cara desde las esquinas de la metrópoli.

Esta mañana, tipo 8 am bajamos a la estación de subterráneo. Un chico dormía de cara al piso, apenas apoyado en algunos cartones. Al otro lado de las vías, un bloque negro. De gente viva. Estaban como una multitud de espectros esperando que sucediera algo, vestidos casi todos de colores oscuros y con un gesto fúnebre. Llegó el subte y se embutieron como pudieron en los vagones. Como sardinas entrando solas a la lata. Un señor gordo luchó por acomodar su brazo en los escasos centímetros que quedaban de aire en el vagón y el subte partió.

Ahí va una de las imágenes de esta ciudad de 9 millones de habitantes por lo menos. Hace una semana apenas estábamos actuando para escuelitas de menos de 20 alumnos, en pueblos en que no hay edificios que roben el calor del sol a sus vecinos. Es increíble que se trate del mismo país.

Otra imagen: buscando una plaza en la cual descansar, encontramos un lugar grande y verde, pero lleno de perros. Lo digo en serio, en cada árbol había por lo menos 10 perros amarrados. Ladraban, parecía que conversando entre sí, y más acá, tomando mate, los paseadores. Obviamente, nos fuimos.

Viniendo de Cochabamba, una ciudad tranquila, buenos aires es una jungla de cemento. Me parece irónico el nombre del perro de mis tías: mowgli, como el protagonista del libro de la selva. Paseando dos horas diarias en una placita cerca de su casa en el quinto piso de un edificio.

Acá vinimos a parar.

Alexia

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