2 ago 2013

Brotando, brotando

(En memoria de Ruperto Loredo, el Abuelo de Títeres Elwaky)

Alexia Loredo

Es necesario agregar a las imágenes de nuestro trabajo algunas palabras acerca de lo que significan las experiencias -casi de fuego- que como Títeres Elwaky estamos atravesando.

El jueves pasado emprendió el viaje eterno el abuelo de los títeres, Ruperto Loredo. Nos enteramos cuando ya teníamos el retablo a medio armar, en el patio de una escuela del centro de la ciudad. Una llamada telefónica quebró nuestra voz. Ruperto había sufrido un ataque al corazón. Desde ese momento hasta su entierro -el sábado- la vida cambiaría de colores. Triste sorpresa para los niños que ya esperaban emocionados la presentación. Desarmamos el retablo y nos marchamos a preparar el funeral. Suspendimos todas las funciones de ese y los siguientes días.

¿Qué cambios no? Pasamos de ver caras infantiles -sonrientes, para las cuales la muerte es una ficción, un cuento- a ver rostros llorosos (incluidos los nuestros), a abrazarnos, despidiendo desde el corazón y con toda la gratitud posible a un viejo que nos llenó de ternura.

Ruperto nos ayudó a construir nuestro primer retablo, el que tantos dolores de hombro ha causado pero que resiste más sólido a los embates del viento en los espacios abiertos. Las impecables soldaduras son de su mano. Es más, solía pararse ante quien estuviera haciendo cualquier cosa manual (carpintería, electricidad, construcción de mecanismos de títeres), y luego de observar un momento, amablemente decía: "No se hace así, hijita. Dame paso, te enseñaré". Ante tal maestro, tener que tragarse el orgullo para aprender era muy común.

Lo velamos en el pahuichi del colectivo, en "La casa del primer chanchito". En este lugar que nos permitió construir en su casa organizamos conciertos, talleres para niños, presentaciones de títeres; fue el lugar elegido por él mismo para su despedida. Uno de los homenajes más bellos que le hicieron fue la interpretación en vivo de algunos boleros: un amigo músico del barrio le vino a cantar. Justo antes de que lo lleváramos al cementerio general, el mismo fiel amigo le cantó "volver a los 17".

Le llenamos de flores la tumba. Vida, muerte y luego más vida. No podíamos suspender el domingo de títeres. No queríamos. Quizá el encargo mayor que recibimos de gente tan bella es: "hasta la victoria… ¡Siembren!". Y nos fuimos a sembrar.